jueves, 25 de diciembre de 2014

CAPITULO 10



Pedro colocó su mejilla contra su hombro húmedo y dijo:
—Háblame, Pau. Dime lo que estás pensando, así ambos estaremos en la misma página.


Ella se encogió de hombros débilmente.


—No sé por dónde empezar.


—Comienza con el ex —sugirió—. Háblame de él.


—Tom es un gran tipo. Es guapo y encantador, un padre cariñoso. Pero no podía comprometerse a mí. Creo que realmente quería, pero no podía.


—Cariño, no soy como Tom. El hecho de que esperé a que aparecieras no quiere decir que tenga problemas con el compromiso.


—Tiene una nueva novia cada mes —dijo deprisa—. Kevin tiene una pequeña libreta que lleva a casa de su padre para escribir sus nombres para no meter la pata y utilizar el equivocado. Lo hizo una vez y fue un desastre. —Ella se agachó y le acarició la cadera desnuda—. No puedo hacerle eso, Pedro.


Él se acarició en su contra.


—No te estoy pidiendo que hagas eso. Te estoy pidiendo que me dejes entrar. Haz lugar para mí en tu vida, en algún lugar permanente. Déjame amarte, estar con ustedes. No te arrepentirás.


A medida que sus ojos azules comenzaron a brillar, algo en su interior se ablandó.


—Tengo miedo. Por mi hijo. Por mí.


—Lo sé. Yo también tengo miedo. —Apretó sus labios contra los de ella—. Tengo miedo de que vayas a echarme porque no puedas confiar en mí.


Las últimas tres noches sin él habían sido un infierno. Ella había extrañado la sensación de él abrazándola, haciéndole el amor, haciendo que se sintiera especial y cuidada. 


Echaba de menos la forma en que la hacía reír y lo bien que se sentía cuando estaba con él.


—Quiero confiar en ti —susurró.


—¡Entonces hazlo! Escúchame, Pau. —Se levantó sobre un codo para mirarla—. Ser madre soltera no significa que tu vida haya terminado.


—Significa que mis necesidades son lo segundo. No puedo... —Cerró los ojos—. No lo entiendes. Fue difícil para Kev. Yo era un desastre cuando Tom y yo nos separamos. Y yo ya ni siquiera lo quería.


—Pero me amas. —Pedro le tomó la cara entre las manos—. Un poco. Lo suficiente como para que te dé miedo. Y me alegro de que me ames, porque estoy perdidamente enamorado de ti.


La mirada en sus ojos le dijo que estaba poniendo todo por ahí, haciéndose vulnerable.


—Yo... Yo no sé qué decir


—Di que nos das una oportunidad. Estás acostumbrada a dar las órdenes y puedes seguir dándolas. Yo sólo quiero ser el chico en quien te apoyas cuando necesitas recarga. Quiero ser el tipo que te sostiene cuando estás cansada y hace el amor contigo cuando no lo estás. Quiero ser el chico al que llegas a casa todos los días.


—No va a haber ningún dormir fuera de casa por un tiempo —advirtió, le necesidad de dejar de lado cualquier ilusión romántica.


—Vamos a tomar largos almuerzos.


—No me verás una gran cantidad de noches. No puedo hacer la cena y salir a citas a menudo. Kevin sólo va a casa de su padre uno que otro fin de semana y parte de las vacaciones.


—Sé que voy a tomar el asiento de atrás para tu hijo. Estoy de acuerdo con eso. De hecho, te amo por eso.


Las lágrimas no se detuvieron y el nudo en su garganta le hizo difícil hablar.


—Kevin podría no tomarte bien de inmediato.


Pedro la atrajo hacia sí.


—Eso también lo sé.


Pau frunció el ceño.


—¿Has salido con una madre soltera antes?


—No. Pero mi amigo Chris acaba de casarse en una situación similar. Nos reunimos para el almuerzo y hablamos de ello. También hablé con su esposa, Denise, así podría tratar de ver las cosas de la manera en que lo haces tú.


—¿Lo hiciste? —La imagen en su mente de Pedro dirigiéndose a sus amigos para hablar de sus sentimientos y temores la hizo llorar con más fuerza. Lo abrazó apretadamente, transmitiendo en silencio su gratitud eterna. 


—Quería saber qué esperar. No he venido aquí de esta manera sin hacer la tarea. Eso no sería justo para ninguno de nosotros.


—Entonces sabes que no será fácil.


—No lo estoy pidiendo fácil, cariño. Estoy pidiendo una oportunidad para hacerte feliz.


Ella no sabía si reír o seguir llorando. Así que hizo ambas.


—Eres el indicado. —Besándole el rostro, lo obligó a retroceder y se subió encima de él—. Todo este año has estado aquí y yo no podía verlo.


—Te amo, Pau. —Su sonrisa torcida le aceleraba el corazón. Con un mechón de cabello negro cayéndole sobre la frente, lucía más joven y vulnerable. Acostado sobre su colcha de Navidad, era el regalo más perfecto que jamás pudo imaginar.


Ella apretó los labios contra los suyos.


—Has hecho todos mis deseos realidad.


—En realidad... —Sonrió—. Nos falta uno.


—¿En serio? —Rememorando, sus ojos se abrieron mientras su boca se curveaba—. Sí, lo hicimos.


Lamiéndose los labios, Paula se deslizó por el cuerpo de Pedro.


Pedro cerró los ojos con un suspiro de satisfacción.


—Feliz Navidad a mí.




CAPITULO 9



Pedro miró por la ventana de su coche como Paula sacaba su Grand Cherokee y empezaba a subir la acera congelada desde su camino de entrada hacia la puerta principal. La casa donde vivía era pintoresca y acogedora, con toques suaves, que eran claramente de Paula, que hacían de la residencia una casa. Ella lucía triste y él sabía por qué. La había visto irse con Kevin Martinez hace apenas una hora. 


Ahora estaba sola.


Pau tenía una familia.


Él era el forastero.


Armándose de valor, salió al aire frío de la tarde y cerró la puerta con fuerza suficiente para llamar la atención de Pau. 


Ella miró por encima del hombro y se detuvo abruptamente. 


Caminó hacia ella con paso decidido, parte enojado y parte jodidamente herido.


—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó ella, su voz baja y un poco en pánico.


Él no respondió. En su lugar, sacó las manos de los bolsillos del abrigo y la atrajo hacia sí, su boca encontrando la suya. El momento en que sus labios se encontraron, él gimió. Cuando su duda momentánea se fundió en ardor desesperado, él supo que tenía una oportunidad.


Ella todavía lo deseaba.


Levantando sus pies de la tierra, la llevó hasta la puerta.



—Ábrela.


Pedro...


—Sugiero que te des prisa si no quieres conmocionar a tus vecinos.


Tanteando con nerviosismo, Pau metió la llave en la cerradura y cuando el pomo giró, él se amontonó detrás de ella, cerrando la puerta de una patada con su bota. Ella se dio la vuelta y él la empujó contra la pared del vestíbulo.


—Te he echado de menos —dijo con voz ronca, sus manos vagaron sin descanso en un intento de sentirla través de la camisa voluminosos que llevaba—. Cada maldito minuto desde que me dejaste, te he echado de menos.


—No me hagas esto, Pedro —Inclinó la cabeza hacia atrás y luego se quedó sin aliento cuando sus dientes le rasparon el cuello—. Teníamos un trato. La lista de deseos y luego habríamos terminado.


—Pero no hemos terminado —argumentó—. Estamos muy lejos de estarlo. Y si tengo opinión al respecto, nunca vamos a estarlo.


—¿Qué?


Paula miró a las magníficas, pero cabreadas, facciones de Pedro y sintió como si se fuera a desmayar. Su mandíbula estaba ensombrecida con barba incipiente, sus ojos azules enrojecidos. Tenía el cabello de punta de pasarse los dedos y su hermosa boca severamente dibujada. Simplemente lucía como si hubiera pasado un infierno, pero su corazón se llenó de alegría al verlo.


—Te amo, Pau. —Él le cogió la mano y la apretó sobre su corazón—. ¿Siente eso? Eso es pánico. Estoy aterrorizado que vas a decir que no es suficiente, cuando eso es todo lo que tengo para darte.


Las lágrimas brotaron y goteaban de sus pestañas.


—Kevin...


—Deberías haberme dicho lo de tu hijo, Pau. He estado volviéndome loco tratando de averiguar por qué no puedo tenerte. —Cogiendo la cremallera de la chaqueta, Pedro la abrió y empujó la chaqueta al suelo.


—Ahora ya sabes por qué esto no va a funcionar —dijo ella, con voz temblorosa.


—No sé ni una mierda, Pau. Porque no me lo dijiste. —Metió las manos por debajo de su camiseta, apretó sus pechos y ella se derritió en sus manos—. Piensa rápido. La cama o aquí mismo en el suelo.


—Dios mío.


Ella se alejó, retrocediendo por el pasillo mientras él la acechaba. Con los ojos muy abiertos y con el corazón acelerado, lo observó quitarse la chaqueta y luego la camisa. Cuando llegó a los botones de sus vaqueros, ella tragó saliva. El tierno amante que había conocido hace tres noches se había ido y la emoción que corría a través de ella la mareó.


Pedro...


—Yo me quitaría el suéter si fuera tú. Estarás lo suficiente sudorosa sin él. —Él se bajó la cintura de los vaqueros justo lo suficiente para liberar su pene completamente hinchado y sus bolas pesadas. Entonces metió la mano en el bolsillo trasero por un condón y se envainó a sí mismo mientras la acechaba.


Quitándose el suéter por la cabeza, miró hacia delante y casi corrió la distancia que faltaba hasta su habitación. Pedro estaba directamente en sus talones. 


Apenas estuvo a los pies de la cama antes de soltarse el sujetador y, a continuación, él estaba encima de ella, su cuerpo largo y desgarbado hundiéndose en el de ella. Los definidos rizos de su pecho rasparon sus pezones y ella jadeó, abriendo la boca para su lengua inquisitiva. Un gemido retumbó profundamente en el pecho de Pedro y él tiró de sus pantalones de chándal.


—Fuera.


Ella se retorció desesperadamente, dando patadas.


—Lo estoy intentando.


—Esfuérzate más.


Riendo, se liberó y después la mano de Pedro estaba entre sus piernas, acariciando su coño y frotando su clítoris. Ella ya no se reía, gemía y se arqueaba contra su duro cuerpo.


—¿Me extrañaste? —gruñó él, mordiéndole el lóbulo de la oreja.


—Sí... Ummm... demasiado.


Dos dedos se deslizaron dentro de ella y acariciaron.


—Abre las piernas.


Pedro se apoderó de ella, empujando sus muslos más abiertos con sus delgadas caderas, antes de tomarla en un impresionante empuje profundo. Luego envolvió el puño en su cabello oscuro y comenzó a follarla dentro de cada pulgada de su vida.


—¡Pedro! —Pau se retorció debajo de él, tratando de moverse, pero era mantenida quieta por la prisión de su cabello atado y su polla bombeando.


Él apoyó su peso en un codo y usó su mano libre para tirar de la pierna de Paula sobre la cadera para poder hundirse hasta la empuñadura. Ella lo observó, cada terminación nerviosa en su cuerpo caliente y hormigueando, su respiración jadeante. La cintura de sus pantalones vaqueros se frotó contra los muslos de ella, un recordatorio constante de que él no podía soportar otro momento sin estar dentro de ella.


—Esto no se trata de echar un polvo —insistió con voz ronca.


—Lo sé. —Sus manos se aferraron a las de él con esfuerzo, sudando de nuevo.


—Esto no es temporal.


—Lo... Lo... —Su coño se agitó a lo largo de su polla—. Lo sé.


Enterrando la cara en su cuello, le dijo al oído:
—Te amo.


Y ella se derritió.


En la cama, contra él, en un orgasmo que la hizo gritar su nombre. Y él la llenó de amor.


Con esperanza.



CAPITULO 8



—Bueno, esto es una sorpresa —dijo Amanda mientras abría la puerta—. Ha pasado más de un año desde la última vez que oscureciste mi puerta, Pedro Alfonso. Y te veías muchísimo mejor entonces de lo que lo haces ahora.


Él dio una breve asentimiento antes de darle un beso en la frente.


—Necesito un favor, Mandy, y espero por Dios que no me convierta en un imbécil por preguntar. ¿Sabes dónde vive Paula?


La pequeña rubia parpadeó hacia él.


—Guau. De acuerdo, espera un segundo. Eso me dolió un poco. —Dejó escapar el aliento y dio un paso fuera del camino—. Entra.


Pedro entró, pero se quedó rondando por la puerta. Tres malditos días habían pasado desde la última vez que tocó a Pau y si no la conseguía pronto, estaba bastante seguro de que se volvería loco.


Mandy se quedó mirándolo un momento y luego se acercó a la mesa de la cocina donde su bolso esperaba.


—Ya te superé, te lo juro. —Ella sacó su BlackBerry y un bolígrafo.
Mientras escribía dijo:
—Todavía tengo que preguntar por qué Pau fue la que llegó a ti.


—Demonios. ¿Qué clase de pregunta es esa? —Se pasó la mano por el pelo.


—No lo sé. Supongo que sólo me pregunto si lo que dicen de Las Reglas es cierto. ¿Es hacerse la difícil la manera de conseguir a los grandes chicos? —Ella se acercó a él y le tendió una tarjeta de negocios con una dirección en la parte posterior.


El alivio lo inundó. Se metió la preciosa tarjeta en el bolsillo.


—Tal vez en el comienzo la persecución es divertida. Ahora sólo es una mierda. Gracias por esto, Mandy. En serio.


—Oye, Pedro.


Él se detuvo en el umbral, su impaciencia casi abrumadora.


—¿Qué?


—No te estás dirigiendo hacia allí ahora, ¿verdad? Pau y Kevin están...


—¿Quién carajo es Kevin? —Cada músculo se tensó al oír el nombre de Paula vinculado con el de otro tipo.


Los ojos de Amanda se agrandaron.


—Oh, mierda... No lo sabes.


—Es obvio que no. —Volvió a entrar en la sala de estar—. Pero vas a decírmelo.


Ella suspiró.


—Es mejor que tomes asiento.



CAPITULO 7



Fue el sonido de revolver papeles lo que la despertó. 


Estirándose en el sofá de cuero negro, Pau abrió los ojos y giró la cabeza para encontrar a Pedro envolviendo regalos. 


O tratando de hacerlo.


—Estás destrozando la labor de envolver —murmuró, recordando vagamente ser levantada en el comedor y llevada hasta el sofá. El fuego aún crepitaba alegremente. la música todavía sonaba suavemente. A pesar del hecho de que estaba en un lugar extraño, se sentía como en casa.


Vestido con desgastados pantalones de chándal grises, Pedro se sentó más cerca. Giró en la cintura y tiró el brazo por encima de las piernas de ella.


—Estoy tratando de no hacerlo, pero entre más esfuerzo pongo en ello, parece que lo hago peor.


—¿Necesitas ayuda?


Él asintió y le dedicó una sonrisa de niño. Con una oscura barba de varios días a lo largo de su mandíbula y el cabello despeinado con los dedos, era casi demasiado guapo. 


Doblado hacia ella como lo estaba, los músculos bien definidos de su pecho y brazos sobresalían en marcado relieve. Ella vaciló y luego cedió a la tentación de tocarle el cabello.


Era espeso y sedoso, haciéndola temblar con renovado deseo. Luego él volvió la cabeza para besarle la muñeca y su estómago dio un pequeño vuelco.


Le iba a llevar mucho tiempo superarlo.


Dejando escapar un suspiro de resignación, se sentó y maniobró a una posición a caballo sobre la espalda de Pedro. 


Quien se inclinó hacia ella y bostezó. Echándole una mirada al reloj en el manto, vio que eran las dos de la mañana.


—Estar cansado podría ser la razón por la que no estás envolviendo bien —dijo ella con sequedad—. ¿Por qué no te vas a dormir y vamos a repasar cómo envolver por la mañana?


Él entrelazó sus brazos alrededor de las pantorrillas de ella y la miró hacia abajo. —Si me voy a dormir, ¿vas a seguir aquí por la mañana?


—Oh, Pedro. —Pau apoyó su mejilla contra la parte superior de su cabeza—. No seas tonto.


—Estamos hablando de un tipo que preparó la cena desnudo.


Acariciando su boca en su cabello, ella cambió de tema.


—¿Tienes cinta adhesiva de doble cara?


—¿Eh? Eso suena fetichista.


Ella se rió y se enamoró un poquito.


—Para tus regalos.


—Oh... ¡Qué mala suerte! No. Sólo la normal transparente.


—Está bien, maníaco sexual. —Ella miró por encima del hombro de él—. Vamos a ver lo que tienes.


Él volvió la cabeza y la besó en la mejilla.


Su corazón se apretó y tuvo que aclararse la garganta antes de hablar.


—Hay demasiado papel en los extremos. Es por eso que te es difícil doblar sin apuñarlo.


Pedro tomó las tijeras y cortó.


—¿Así? ¿Es eso suficiente?


—Sí. —Ella deslizó los brazos por debajo de los de él y demostró cómo meter las esquinas—. Ahora pon un poco de cinta justo ahí.


—¿Aquí? —Su voz se había profundizado. Con sus pechos apretados contra su espalda y la nariz por su garganta, su posición era insoportablemente íntima.


—Así está perfecto —suspiró ella, liberando el regalo y retrocediendo. Él le cogió las manos antes de que dejaran su regazo.


Ahuecando las manos de ella sobre sus pectorales, Pedro susurró:
—Tócame.


Ella tragó saliva a medida que la piel de Pedro se calentaba bajo sus manos. Las puntas de sus dedos encontraron los puntos planos de sus pezones y los frotaron suavemente. 


Gimiendo, sus brazos cayeron a los costados.


Apoyó la cabeza en su regazo y la vista de su rostro perdido en el placer era demasiado para ella. Pau miró hacia otro lado, asimilando la mesa de café con la parte superior de cristal, la televisión de pantalla plana y el desnudo árbol de navidad por la puerta corrediza de cristal.


—¿No tienes ningún adorno? —preguntó.


—No. —Su voz era un bajo susurro—. Compré el árbol para ti y olvidé los malditos adornos.


Sus manos se detuvieron.


—¿Para mí? —Oh, Dios mío, voy a llorar.


—Sí, sabía por el bloc de notas tuyo y el pequeño árbol en tu escritorio que realmente te gusta la Navidad. A mí también, pero ya que voy a la casa de mi hermana para la cena del día de fiesta, no me había comprado uno para mí. 
Para ti, sin embargo, pensé que no sería un deseo de Navidad si no parecía que aquí estábamos en Navidad.


Serpenteando alrededor, ella cambió de estar a caballo en su espalda a horcajadas sobre sus caderas. Cara a cara, se miraron el uno al otro.


—Lo siento, me olvidé de los adornos —dijo.


Y entonces él ahuecó la parte posterior de su cuello y la besó.


A diferencia del profundo beso posesivo que él le había dado en su oficina, este beso era persuasivo, sus labios rozando, su lengua chasqueando suavemente. Pau le echó los brazos al cuello y le devolvió el beso con todo lo que tenía. En gratitud. En la lujuria. En amor.


Ella se apartó y jadeó.


—¿Qué quieres para Navidad?


—Esto. Tú. Hacer el amor contigo. —Él sacudió sus caderas y ella sintió lo excitado que estaba.


Un regalo que no requería envoltorio. Sin palabras. Ella se levantó la falda, él se bajó los pantalones de chándal de un tirón. Ella lo envainó. Primero en el látex y luego con su cuerpo. Él gimió, ella gritó. Se movieron juntos, sin la prisa que había caracterizado sus encuentros anteriores. Con las manos sobre sus hombros desnudos, ella lo tomó profundo, subiendo y bajando al compás de los sonidos que él hacía. 


Apretando los músculos para acariciar su gruesa longitud.


Retirando la camisa y el sujetador para presionar su piel desnuda contra la suya.


—Te he deseado —dijo con voz ronca, guiando sus caderas con manos temblorosas—. Tanto... Dios, eres increíble.


Paula lo hizo durar, sin prisa porque su tiempo juntos terminara. Pero terminó, por supuesto.


El amanecer llegó con demasiada rapidez. A medida que la luz rosada del inicio del sol naciente entraba en la habitación por la puerta corrediza de cristal, ella puso una manta alrededor de Pedro y recogió su gabardina.


—Feliz Navidad —susurró ella, deteniéndose en el umbral un momento antes de cerrar el paso a la vista de Pedro dormido en el sofá.


El chasquido del pestillo dijo el adiós que ella no podía.



CAPITULO 6



—Eso estuvo maravilloso.


Pau sonrió a Pedro mientras dejaba el tenedor, ni un poco preocupado de que ella hubiera limpiado su plato. Habían comido juntos muchas veces en el último año y después de la primera vez que había elogiado su buen apetito, ella había dejado de preocuparse por las apariencias.


—O eres demasiado generosa o estabas realmente hambrienta. —Se levantó y cogió su plato de la pequeña mesa de comedor de roble. Con un centro de mesa de pino iluminado por tres velas de color rojo, que era a la vez acogedor e inesperado. Había tantas cosas de él que no sabía. Pero ella quería aprender. Pedro no era buen material para una relación, pero era un hombre fascinante, un gran abogado y un buen amigo por lo que había oído.


Lo vio caminar hasta la cocina, su culo flexionándose a medida que daba cada paso.


Atisbos ocasionales de su polla y bolas la mantenían caliente, y agarró la servilleta para secarse la fina capa de sudor que empañaba su frente. Él también era un amante fantástico y generoso, pero siempre había sospechado eso y oyó insinuaciones de lo mismo.


El impulso de escapar que había sentido en el baño antes era ahora de repente abrumador.


Era hora de irse.


Poniéndose de pie, tomó su gabardina. Era de mala educación irse sin ofrecerse para limpiar, pero quizás un poco de animosidad entre ellos sería una buena cosa.


—¿Qué estás haciendo? —preguntó él detrás de ella, el volumen de su voz le decía que todavía estaba a cierta distancia.


—Ya me voy —dijo con indiferencia forzada, mientras su corazón se aceleraba—. Gracias por una gran noche.


De repente, ella fue empujada a la mesa desde detrás por un cuerpo muy duro.


—Háblame, Pau.


Sus palmas se allanaron en la superficie, enjaulándola en el lugar.


—Hemos estado hablando durante toda la cena.


—Sobre todo, excepto de nosotros.


—No hay un "nosotros".


Una de sus manos llegó al bolsillo de su falda.


—¿Cuántos condones has traído? Parece como si tuvieras la mitad de una docena aquí. —Lanzó uno sobre la mesa—. Estabas planeando una noche ocupada. Ahora, de repente, ¿estás saciada?


—Sí, bueno. —Tomó una respiración profunda—. No esperaba que fueras tan bueno. Te encargaste de las cosas en la primera ronda.


—Mentira. Estás tan caliente por ello ahora como lo estabas cuando me saltaste encima. —Envolviendo una mano alrededor de su garganta, él le inclinó la cabeza hacia atrás. 


Le mordisqueó la oreja con los dientes y ella se estremeció—. ¿Qué hizo que corrieras asustada?


Se puso rígida.


—No tengo miedo. Sólo creo que ambos conseguimos lo que queríamos y lo mejor es terminar la noche antes de que se complique.


—¿Sabes una cosa? —Pedro dobló las rodillas y frotó la dura longitud de su polla entre las mejillas de su culo. En algún lugar entre la cocina y el comedor, había perdido el delantal. Con sólo la capa delgada de la falda de gasa entre ellos, sentía cada milímetro de su excitación—. No he terminado de conseguir lo que quería y ya es complicado.


—Pedro... —Sus ojos se cerraron en un gemido cuando él ahuecó el peso de uno de sus senos.


El calor se encendió a través de su piel. De repente estaba más que caliente, estaba ardiendo, derritiéndose. Él olía como el cielo y se sentía incluso mejor. Había tenido un montón de fantasías acerca de él, pero siempre habían sido salvajes. Carnales. Follando en su escritorio o en el de ella. Botones volando por todas partes. Manos ásperas y labios agresivos. Nunca había habido esta gentileza, esta preocupación por sus sensaciones y placer.


—Tenías una lista de deseos, Pau. Fantasías sobre mí. Dime por qué ya no quieres vivirlas. —Las yemas de sus dedos le rozaron el pezón y éste alcanzó su punto máximo en una dura punta adolorida.


—Las fantasías no están destinadas a hacerse realidad.


—La mía lo hizo. La tuya también.


—Ese es el problema —murmuró.


Su mano dejó su pecho y le levantó la falda, agrupándola en sus puños. Debería detenerlo, alejarse. Él no la mantendría en contra de su voluntad, a pesar del antebrazo que cruzaba entre sus pechos y el agarre que le sujetaba el cuello. Pero la energía que necesitaba para escapar no estaba allí. Había pasado tanto tiempo desde que había sido sostenida con tan tierna lujuria, no tenía el corazón para rechazarlo.


—¿He llegado a ser demasiado real? —le sopló al oído—. ¿Te gusto, Pau? ¿Sólo un poco? —Un poco demasiado.


El aire frío le golpeó las nalgas en el momento antes de que él se acercara más. Su pene estaba tan duro, tan caliente contra su piel.


Su boca abierta le acarició la garganta.


—Quédate conmigo. —Alcanzando bajo la falda, él la abrió y le acarició el clítoris. Un suave toque como aleteo, rodeando luego presionando. Frotando—. Quédate conmigo.


—Pedro —Sus ojos se cerraron en un suave gemido. 


Estaba húmeda, casi empapada y sufría por él. Ella se moría de hambre por el cariño que le daba con tanta libertad. Le asustó cuán necesitada estaba. Hasta esta noche, no se había dado cuenta de lo sola que se había vuelto su vida.


—Abre el paquete —la exhortó con voz áspera como la seda.


Ella alcanzó a ciegas el preservativo, haciendo uso de la reserva que había tenido cuando llegó. Disfrútalo, dijo su corazón, y ella lo haría. Una última vez.


—Estamos muy bien juntos, Pau. —Abriéndole las piernas a empujones, deslizó dos dedos dentro de ella, metiéndolos y sacándolos en un deslizamiento profundo—. En todos los sentidos que importan. —La mano en su garganta bajó a ahuecar su pecho de nuevo. Era más pesado, lleno de deseo por él.


Dedos expertos le acariciaron el pezón, pellizcándolo, acariciándolo a través de su fina camisa y el sujetador de satén.


Ese toque burlón irradiaba hacia fuera y la dejaba sin aliento.


—Toma. —Ella empujó el brazo hacia atrás con el paquete abierto en la mano.


Pedro cogió el condón con dedos temblorosos. Pau había estado lista para irse.


Más que lista. Había estado casi fuera de la puerta. Y él supo en sus entrañas que si no podía llegar a ella antes de que se fuera, nunca lo haría.


—Inclínate hacia delante —dijo con voz ronca.


Cuando sus dedos dejaron su empapado coño, ella hizo un suave sonido de protesta.


—Silencio. —La tranquilizó, empujando suavemente hasta que se inclinó sobre la mesa—. Te voy a dar mi polla en su lugar.


Se quedó mirando la erótica vista mientras se envainaba a sí mismo en látex. Todas las veces que la había visto en el trabajo y pensado lascivamente, nunca había imaginado la vista correctamente.


Sus labios estaban rojos, hinchados y relucientes. Quería lamerla de nuevo y lo hizo, un golpe rápido de su lengua que la hiciera retorcerse. Tomándose a sí mismo en la mano, utilizó la punta de su polla para acariciar su clítoris, para verla retorcerse para él.


Y entonces él la cogió por las caderas y se deslizó profundamente en ella.


—¡Oh, Dios mío! —suspiró ella, con los dedos arañando la mesa.


Su coño estaba ardiente y apretado como un puño.


—Joder, sí —gimió él, sus bolas se pusieron apretadas y adoloridas. Se retiró y observó a su gruesa vara deslizarse fuera de ella, resbaladiza por su excitación, y luego gimió cuando presionó de nuevo a dentro. Sosteniendo sus caderas, él se quedó mirando el lugar donde se unían, detenido por la visión de follarla como había querido durante tanto tiempo.


—Pedro.


El sonido de su nombre pronunciado tan morbosamente tiró de su corazón. Encorvandose hacia adelante, él entrelazó sus dedos con los de ella y comenzó a empujar en superficiales y cortos empujes, su estómago ondulaba contra su espalda baja. Sus jadeos suplicantes le incitaron, le incitaron a doblar las rodillas para que pudiera acariciar su coño mejor y duro con la amplia cabeza de su pene.


Con la mejilla en su hombro, le preguntó:
—¿Cómo puedes renunciar a esto, Pau?


Ella respondió con un gemido y luego subió las caderas para que él pudiera bombear más profundo.


Extendiendo sus piernas, le dio las largas zambullidas profundas que la hacían gemir sin poder hacer nada y lo volvían loco. Le soltó las manos, moviendo una para ahuecarle el pecho y la otra para fijarle las caderas para así poder girar su pelvis y meter su polla a través de sus avariciosas ondas.


—Dame una oportunidad —dijo con voz entrecortada, estremeciéndose con la necesidad de llegar, con la necesidad de mantenerla cerca hasta que pudiera hacerla cambiar de opinión.


—Tú no... Sabes...


Llegando debajo de ella, le pellizcó el clítoris y se empujó profundamente hasta las bolas. Ella se vino con un grito, agarrando su polla en sus profundidades, le ordeñó en un masaje sensual.


—Dame una oportunidad, maldita sea.


Su "sí" fue un susurro, pero lo oyó. Su liberación fue silenciosa, con los dientes apretados, su polla sacudiéndose mientras bombeaba su semen dentro de ella.


Debió de haber sentido alivio. Debió de haber sentido una sensación de seguridad.


Pero no lo hizo.