jueves, 25 de diciembre de 2014
CAPITULO 9
Pedro miró por la ventana de su coche como Paula sacaba su Grand Cherokee y empezaba a subir la acera congelada desde su camino de entrada hacia la puerta principal. La casa donde vivía era pintoresca y acogedora, con toques suaves, que eran claramente de Paula, que hacían de la residencia una casa. Ella lucía triste y él sabía por qué. La había visto irse con Kevin Martinez hace apenas una hora.
Ahora estaba sola.
Pau tenía una familia.
Él era el forastero.
Armándose de valor, salió al aire frío de la tarde y cerró la puerta con fuerza suficiente para llamar la atención de Pau.
Ella miró por encima del hombro y se detuvo abruptamente.
Caminó hacia ella con paso decidido, parte enojado y parte jodidamente herido.
—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó ella, su voz baja y un poco en pánico.
Él no respondió. En su lugar, sacó las manos de los bolsillos del abrigo y la atrajo hacia sí, su boca encontrando la suya. El momento en que sus labios se encontraron, él gimió. Cuando su duda momentánea se fundió en ardor desesperado, él supo que tenía una oportunidad.
Ella todavía lo deseaba.
Levantando sus pies de la tierra, la llevó hasta la puerta.
—Ábrela.
—Pedro...
—Sugiero que te des prisa si no quieres conmocionar a tus vecinos.
Tanteando con nerviosismo, Pau metió la llave en la cerradura y cuando el pomo giró, él se amontonó detrás de ella, cerrando la puerta de una patada con su bota. Ella se dio la vuelta y él la empujó contra la pared del vestíbulo.
—Te he echado de menos —dijo con voz ronca, sus manos vagaron sin descanso en un intento de sentirla través de la camisa voluminosos que llevaba—. Cada maldito minuto desde que me dejaste, te he echado de menos.
—No me hagas esto, Pedro —Inclinó la cabeza hacia atrás y luego se quedó sin aliento cuando sus dientes le rasparon el cuello—. Teníamos un trato. La lista de deseos y luego habríamos terminado.
—Pero no hemos terminado —argumentó—. Estamos muy lejos de estarlo. Y si tengo opinión al respecto, nunca vamos a estarlo.
—¿Qué?
Paula miró a las magníficas, pero cabreadas, facciones de Pedro y sintió como si se fuera a desmayar. Su mandíbula estaba ensombrecida con barba incipiente, sus ojos azules enrojecidos. Tenía el cabello de punta de pasarse los dedos y su hermosa boca severamente dibujada. Simplemente lucía como si hubiera pasado un infierno, pero su corazón se llenó de alegría al verlo.
—Te amo, Pau. —Él le cogió la mano y la apretó sobre su corazón—. ¿Siente eso? Eso es pánico. Estoy aterrorizado que vas a decir que no es suficiente, cuando eso es todo lo que tengo para darte.
Las lágrimas brotaron y goteaban de sus pestañas.
—Kevin...
—Deberías haberme dicho lo de tu hijo, Pau. He estado volviéndome loco tratando de averiguar por qué no puedo tenerte. —Cogiendo la cremallera de la chaqueta, Pedro la abrió y empujó la chaqueta al suelo.
—Ahora ya sabes por qué esto no va a funcionar —dijo ella, con voz temblorosa.
—No sé ni una mierda, Pau. Porque no me lo dijiste. —Metió las manos por debajo de su camiseta, apretó sus pechos y ella se derritió en sus manos—. Piensa rápido. La cama o aquí mismo en el suelo.
—Dios mío.
Ella se alejó, retrocediendo por el pasillo mientras él la acechaba. Con los ojos muy abiertos y con el corazón acelerado, lo observó quitarse la chaqueta y luego la camisa. Cuando llegó a los botones de sus vaqueros, ella tragó saliva. El tierno amante que había conocido hace tres noches se había ido y la emoción que corría a través de ella la mareó.
—Pedro...
—Yo me quitaría el suéter si fuera tú. Estarás lo suficiente sudorosa sin él. —Él se bajó la cintura de los vaqueros justo lo suficiente para liberar su pene completamente hinchado y sus bolas pesadas. Entonces metió la mano en el bolsillo trasero por un condón y se envainó a sí mismo mientras la acechaba.
Quitándose el suéter por la cabeza, miró hacia delante y casi corrió la distancia que faltaba hasta su habitación. Pedro estaba directamente en sus talones.
Apenas estuvo a los pies de la cama antes de soltarse el sujetador y, a continuación, él estaba encima de ella, su cuerpo largo y desgarbado hundiéndose en el de ella. Los definidos rizos de su pecho rasparon sus pezones y ella jadeó, abriendo la boca para su lengua inquisitiva. Un gemido retumbó profundamente en el pecho de Pedro y él tiró de sus pantalones de chándal.
—Fuera.
Ella se retorció desesperadamente, dando patadas.
—Lo estoy intentando.
—Esfuérzate más.
Riendo, se liberó y después la mano de Pedro estaba entre sus piernas, acariciando su coño y frotando su clítoris. Ella ya no se reía, gemía y se arqueaba contra su duro cuerpo.
—¿Me extrañaste? —gruñó él, mordiéndole el lóbulo de la oreja.
—Sí... Ummm... demasiado.
Dos dedos se deslizaron dentro de ella y acariciaron.
—Abre las piernas.
Pedro se apoderó de ella, empujando sus muslos más abiertos con sus delgadas caderas, antes de tomarla en un impresionante empuje profundo. Luego envolvió el puño en su cabello oscuro y comenzó a follarla dentro de cada pulgada de su vida.
—¡Pedro! —Pau se retorció debajo de él, tratando de moverse, pero era mantenida quieta por la prisión de su cabello atado y su polla bombeando.
Él apoyó su peso en un codo y usó su mano libre para tirar de la pierna de Paula sobre la cadera para poder hundirse hasta la empuñadura. Ella lo observó, cada terminación nerviosa en su cuerpo caliente y hormigueando, su respiración jadeante. La cintura de sus pantalones vaqueros se frotó contra los muslos de ella, un recordatorio constante de que él no podía soportar otro momento sin estar dentro de ella.
—Esto no se trata de echar un polvo —insistió con voz ronca.
—Lo sé. —Sus manos se aferraron a las de él con esfuerzo, sudando de nuevo.
—Esto no es temporal.
—Lo... Lo... —Su coño se agitó a lo largo de su polla—. Lo sé.
Enterrando la cara en su cuello, le dijo al oído:
—Te amo.
Y ella se derritió.
En la cama, contra él, en un orgasmo que la hizo gritar su nombre. Y él la llenó de amor.
Con esperanza.
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