jueves, 25 de diciembre de 2014

CAPITULO 4




Para el momento en que Pau llegó a la casa de Pedro, estaba cruzando los dedos, comprometida a pasar un buen rato. Si iba a darse atracones, iba a darse el gusto. Punto. 


Así que cuando sonó el timbre de la puerta y Pedro respondió usando nada más que un sombrero de Santa y un delantal que decía "Besa al cocinero", ella no lo dudó. 


Dejó caer su mini-gabardina a sus pies y saltó hacia él.


—Mierda. —Él se tambaleó hacia atrás, sorprendido, pero se las arregló para cerrar la puerta de un empujón antes hacer su camino hacia el sofá más cercano. Cayeron en el sofá de cuero negro en un charco de hombre guapo semidesnudo y mujer determinada.


A horcajadas sobre él, Pau se inclinó hacia delante y le dio un beso duro y profundo. Su aroma le inundó sus sentidos y sus pezones se endurecieron en puntos adoloridos.


Pedro gimió.


Se sentó encima de la dura cresta de su erección, un signo evidente de que estaba tan listo como ella.


Excavando en el bolsillo de su falda de gasa ondulante, sacó un condón y se lo tiró en el pecho.


—Date prisa y póntelo.


Parpadeando hacia ella, Pedro farfulló:
—¿Sólo así? Zas, bam, ¿follemos?


—¿Te estás quejando?


—Diablos, no. —Cuando ella levantó las rodillas para levantarse la falda, él buscó a tientas el paquete de papel de aluminio con cómica prisa. Luego levantó la vista y quieto, su mirada se clavó entre las piernas de ella—. Oh rayos. Pau... No llevas bragas.


—Ups. Deben habérseme olvidado. —Se metió el dobladillo sobrante en la cintura elástica.


Dejando caer el condón, él se lamió los labios.


—¿En la lista de quién estamos trabajando aquí?


El calor depositado en los pesados párpados de él la hizo estremecer. Su sombrero de Santa estaba torcido, con el cabello oscuro cayéndole sobre la frente. Agregando el delantal, debería de haber lucido tonto. En cambio, se veía comestible. Sus brazos eran sexy como el infierno, la piel seguía teniendo los restos de un oscuro bronceado veraniego y bajo este los músculos estaban bellamente definidos.


—Ven aquí. —La orden fue emitida con una seductora voz ronca que hizo que se le pusiera la piel de gallina a pesar del crepitante fuego de la chimenea.


—¿Ir a dónde? —bromeó ella en voz baja.


—Ven a mi boca, dulzura. Quiero lamerte.


¡Oh, Dios Mío!


Se obligó a arrastrarse sobre él lentamente para no verse desesperada, Pau se arrodilló a horcajadas sobre su cabeza. Con una rodilla en el reposabrazos del sofá y la otra en el mismo borde del sofá, estaba abierta a lo largo, permitiéndole obtener a Pedro una vista sin obstáculos. Sus cálidas manos se deslizaron por sus muslos, su aliento soplaba sobre su sexo. Él apretó su culo. Ella gimió su emoción...


Y luego le lamió el coño en un lengüetazo deliberadamente largo.


Ella se aferró a la parte de atrás del sofá como un salvavidas y gimió.


Amasando el dorso de sus muslos, se acomodó para el festín, deslizando su lengua a través de su coño.


Hundiéndose en su interior. Encontrando todos los lugares que la hacían gritar y concentrándose allí antes de vagar para encontrar otro lugar. Y a continuación, volvía a acariciar de un lado a otro a través de su clítoris.


—No te corras demasiado pronto —murmuró mientras sus piernas comenzaron a temblar.


—¿Es una broma? —Se quedó sin aliento, sus caderas meciéndose en su apretada boca—. No seas tan bueno en esto.


Su sonrisa estaba llena de pura satisfacción masculina.


—Quiero estar follándote cuando te corras.


Se estremeció violentamente.


—Entonces es mejor que te des prisa con ese condón.


—Estoy listo cuando tú lo estés.


—¿Eh?


La sonrisa de Pedro era maldad pura.


—Supongo que estabas un poco distraída.


Al mirar hacia abajo al sofá, sus ojos se abrieron como platos. Se había levantado el delantal y envainado el objeto de sus fantasías tanto de día como de noche. Largo, grueso y arqueando hasta su estómago, su polla le hizo agua la boca. No es de extrañar que el hombre tuviera ese aire sobre él que gritaba "sé cómo follarte hasta volarte los sesos".


La foto no le había hecho justicia.


Ella tragó saliva y se trasladó a horcajadas sobre sus caderas. Él inclinó su pene hacia arriba, solícito. Con el pecho apretado y el corazón acelerado, Pau se detuvo justo encima de él. Era el punto de no retorno. Nada volvería a ser lo mismo entre ellos una vez que tuvieran relaciones sexuales.


¿Podría manejarlo? ¿Podría mantener la distancia que necesitaba?


—Pau.


Su mirada se disparó para encontrar la de él.


—¿Recuerdas tu lista? —El atractivo rostro de Pedro estaba ruborizado y sus labios estaban resbaladizos , pero a pesar de la mirada descaradamente sexual de él, sus ojos azules brillaban con apenas tanta compasión como lujuria—. Está bien tomar lo que quieres —dijo en voz baja—. Especialmente cuando se te es dado.


Ella respiró hondo. De repente, registró la música de fiesta tocando suavemente y el olor a pino del pequeño árbol sin decoración en la esquina. Si se fuera a casa, estaría sola en este momento. O podría pasar la noche con Pedro Alfonso.


Ella quería esto, lo quería a él. ¡Era Navidad, maldita sea!


Resbaladiza por el deseo, se sentó en él lentamente, tomando lo único que había pedido este año. Lo único que había pedido en muchos años. Ser tocada y sostenida. Ser querida.


—Oh sí —gimió él, sus manos acariciando a lo largo de sus muslos, su espalda arqueándose—. Dios, te sientes bien.


Pau se mordió el labio inferior mientras el lánguido deslizamiento continuaba. Su polla la llenó demasiado. El calor y la dureza de la misma le robaron el aliento. La maravillosa longitud y anchura... Cuando sus nalgas golpearon sus musculosos muslos y la cabeza de su polla golpeó profundo, el sonido que fue arrancado de ella fue crudo y necesitado.


—Te tengo. —La tranquilizó con voz ronca mientras se inclinaba sobre él, temblando. Le acarició la longitud de la columna vertebral, murmurando:—Levántate un poco... Ssh, te lo daré... Ahí mismo. Ahora no te muevas.


Sus caderas se levantaron, acariciando su coño con un empuje que quitaba el aliento.


—Pedro. ¡Oh, Dios mío! —Hundió la cara en su cuello, su coño daba espasmos alrededor de él.


Él bajó y se levantó de nuevo, follándola hacia arriba en sus codiciosas profundidades.


—¿Cómo se siente esto? —jadeó.


—Como si estuviera perdiendo la razón. —Ella levantó la cabeza y lo miró. El pecho de Pedro subía y bajaba con dureza contra sus pechos, haciéndola desear haberse tomado el tiempo para desnudarse para que pudiera sentirlo piel contra piel.


—Bien. No me gustaría ser el único. —Manteniendo sus caderas firmes, apresuró el ritmo, subiendo hacia arriba en un ritmo implacable, retirándose hasta que sólo la gruesa cabeza estaba en ella y luego sumergiéndose hasta las bolas con gruñidos primales.


Gimiendo en voz baja, agarró sus hombros y se preparó para el golpe de sus caderas contra las suyas. Se sentía tan bien... Olía delicioso...


Pedro habló entre dientes:
—No esperes por mí. —Puntualizó su orden con un empuje brutalmente duro que alcanzó a su clítoris en el lugar correcto.


Su orgasmo fue impresionante. Estaba paralizada, incapaz de moverse, cada célula de su cuerpo se centró en el murmullo de su coño a lo largo de la interminable longitud de su dura polla. Tiró de ella hacia abajo y luego la aplastó contra su pecho, gruñendo en su oído mientras se corría.


Sosteniéndolo, escuchó el latido violento de su corazón y los sonidos suaves de la música, y ella se sintió cuidada.


Por primera vez en mucho tiempo se sintió como Navidad.



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